domingo, 25 de septiembre de 2011

¡Bienvenidos a mi google plus!

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Informando

Los teléfonos sonaban y sonaban, y al descolgar, gritos a ambos lados de la línea apenas dejaban sitio para aclarar la situación. Los jefes eran los que más gritaban, los que más se tiraban de los pelos y los únicos que al arrojar una hoja de papel al aire no lo hacían en forma de avión.

Por primera vez, en la redacción de los informativos, no sabían qué hacer. Y no era una cuestión de qué incluir o qué no, sino de que faltaban pocos segundos para entrar en directo y la única frase que hacía justicia a lo que sucedía en las calles y en el mundo era:

“Buenas noches, son las nueve y media. Hoy no ha sucedido nada”.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Fénix

Se cubrió el bosque con la capucha roja del otoño y con las primeras vetas de frescor para recibir a los montañeros y a las furtivas setas de la temporada. Entre los brazos de luz que colgaban de los árboles, las hojas bogaban tranquilas camino del suelo, y una niña preguntaba a su abuelo:

-¿Por qué caen las hojas?

Con una sonrisa, volvió su cabeza hacia la pequeña y respondió “para levantarse de nuevo”.

A su lado, un remolino de hojas se alzaba conformando una figura de rasgos humanos y espalda alada, y un árbol caído se erguía y, con voz de bosque, apuntaba “para levantarnos de nuevo”.


lunes, 12 de septiembre de 2011

Entre bambalinas

Como es habitual, el concurso que mensualmente propone minificciones consiste en escribir un minirelato a partir de una imagen. La de este mes es


y la historia que he presentado, la siguiente:


A través de la cortinilla que separaba la pista de los camerinos y las jaulas, una figura en tutú saltarín, de bailarina, se silueteaba contra las luces y abría la puerta del vestuario. En él, un payaso, ya ennarizado y a medio maquillar, hacía cuentas sobre un papel: La bailarina no era rubia, no rugía, y se negaba a saltar por el aro de fuego. Estaba entrada en carnes…y la comida de los leones comenzaba a escasear.


jueves, 1 de septiembre de 2011

En vela

-¿Duermes?

-No.

-¿Qué pasa?

Suspiré y dije “nada”. Ella suspiró y me hizo hablar. Y le conté. Le hablé del pequeño libro que había comprado esa mañana y de las horas que me había ocupado leerlo. Le hablé del pequeño y olvidado Anthony Lovecraft. Sólo el librero parecía saber de la existencia del hermano del famoso H.P., y a la pregunta de “¿Tiene algo de Lovecraft?” guardó silencio, se volvió hacia un estante, y sólo cuando colocó sobre la mesa un librito, abrió la boca para decir:

-¿Qué tal algo de Anthony?

Me explicó que su padre, Scott, no había enloquecido porque sí. Y que Howard Phillips apenas vislumbraba las dimensiones que su hermano, con esfuerzo, cerraba tras de sí con palabras firmes como candados. Y esas palabras y mundos estaban encerrados en ese libro. ¿Quién sabe si Anthony también? ¿Quién sabe si salta de mundo en mundo, de sueño en sueño?