Isaac Pietrov murió joven y sin
que “Paulatina armonía” fuese puesta en escena. De hecho, hay quien cree que la
enfermedad que lo empujó a la tumba tenía su origen en la honda pena que
invadió al autor al comprobar que su obra era tan compleja y ambiciosa que
ninguna compañía de teatro contaba con los arrestos necesarios para
representarla.
En la última entrevista que se le
conoce declaraba que “Una obra de teatro sólo vive y respira a bocanadas cuando
la representan; de lo contrario, sus palabras no son más que señales oxidadas
en una carretera sin transitar. Teatro es letra hecha carne, y sin carne es
literatura muerta a la espera de la chispa vital. Letras zombies, palabras
moribundas buscando un escenario.” La foto que acompañaba a sus palabras
presentaba a un Isaac Pietrov de innegable tristeza en la mirada y con una
sonrisa que parecía llegar de lejos, quizá recordando el haber sorprendido cual
mago y apabullado cual titán con sus obras al mundo literario.
¿Por qué tan compleja? ¿Acaso era
una obra imposible? Demasiados personajes orbitando entorno al personaje
central, Julia, demasiados monólogos respaldados de coros y compartiendo simultáneamente el escenario…y
una trama, en apariencia sencilla cuando se lee en la contraportada del libro
–La historia de una joven y ambiciosa artista que se abre paso en un mundo
lleno de prejuicios y expectativas forzadas- pero con un desarrollo casi en
torbellino a lo largo de sus más de quinientas páginas.
¿Imposible? Angelo Incredibile,
director de teatro italiano y famoso por la grandiosidad de sus puestas en
escena, no creía que fuese imposible. Incluso se planteaba representar
“Paulatina armonía” sobre los escenarios, primero, y posteriormente llevarla al
cine, dándole una vuelta más de tuerca y convirtiéndola en musical.
Consiguió el dinero, los actores
y una fecha de estreno en el Gran Teatro Pietrov de Minsk. Contó además con
Rita Nardi, actriz de moda, para el papel de Julia, congraciándose así
definitivamente con la prensa cultural y la del corazón. Y todo marchaba bien
en los ensayos y Angelo comentaba que el difunto Isaac Pietrov alababa en
sueños su trabajo. Por su parte, Rita Nardi, de natural difícil y diva del
momento, estaba encantada con su papel, leía “Paulatina armonía” en sus ratos
libres y se sentía identificada, quién sabe porqué, con la luchadora Julia.
Hasta le pareció un justo homenaje a su personaje el usar el propio “Paulatina
armonía” en vez de “El pulpo atómico” (una referencia que Pietrov hacía a su
primer éxito) en la escena en la que Julia, sentada en un sofá tomaba un libro
y se echaba a leer.
Y Rita, sentada en el sofá, cogió
“Paulatina armonía” y se echó a leer. Y Julia, desde el papel, apenas podía
creer semejante ultraje.
Una vocecita, como de celulosa,
le llamó la atención a una Rita desconcertada.
-¿Quién eres tú y por qué lees lo
que no debes?
-Soy…soy Julia- respondió la
señorita Nardi.
-¿Julia? ¡Julia soy yo! –sonó
desde el libro al tiempo que una mano emergía de entre las hojas, cogía a la
actriz por la pechera y la atraía hacía sí, al mundo de papel. Rita Nardi tardó
en desaparecer lo mismo que Julia en hacerse real - ¿Julia, dices? Sucia
impostora. ¡Julia soy yo! ¡Yo soy la protagonista!
Y Julia, miró el decorado, vio
que era una burda imitación de su vida, y corrió a llorar a la tumba de su
Dios, Isaac Pietrov.