El Mesías tuvo bastante la primera vez con la cruz y los tres clavos. En la Segunda Venida, Cristo no se anda con chiquitas y toma revancha en cuanto puede.
Si ayer era el relato, hoy toca el dibujo. Dibujito de San Fernando: un poquito a Photoshop y un poquito a mano :)
Ese relato que comenzaste la semana pasada, ¿dónde está? ¿Acaso no lo
encuentras ahora que ibas a continuarlo? ¿Lo has perdido? ¿Te lo he robado?
Perdido, robado por los duendes
informáticos. Poco importa. Lo tengo en la cabeza. Y el hecho de no encontrarlo me
ha llevado a recuperar un relato que, si el ordenador no me engaña, comencé el
25 de Junio de 2007 y quedó sin terminar.
A veces escribir sin más
pretensión que pasarlo bien es la única forma de avanzar. ¿Y dejar la calidad
de lado? Sí. La calidad llega, siempre que se disfrute de lo que se hace y se
practique lo suficiente. Pero sin el disfrute, no se practica, no hay calidad y
no se avanza.
Guiándome por esto, por la
casualidad de haber encontrado este relato (inicialmente, cuando lo dejé a
medias lo llamé Tercer disparo en el
pecho) y por un libro de ilustraciones que ojeo de vez cuando (Mr. Bulb, de
Pasqual Ferry) decidí continuar lo que quedó en pañales en el 2007. Decía
Pasqual Ferry en el prólogo de Mr. Bulb
que empezó a dibujarlo (son dibujos, casi esbozos, de los avatares de una
bombilla con cuerpo humano, acompañados de alguna reflexión) sólo por diversión
y por desatascarse. De esa diversión, nació ese librito, que nada tiene que ver
con sus dibujos habituales, de super héroes (tengo entendido que ilustra Iron
Man y supongo que alguno más)
Y de esta diversión mía, nació la
reconstrucción de Tercer disparo en el
pecho. Se llama Segunda Venida.
Tercer disparo en el pecho,
tercera convulsión. Fue entonces cuando volvió en sí. Se encontraba sentado,
atadas sus muñecas a las patas traseras de una silla, y los tobillos a las delanteras.
Intuía que le dolían, así como también intuía que la costra que sentía pegada a
su labio inferior era de la misma naturaleza que el líquido que le impregnaba
el pecho y fluía a borbotones. Sangre. Su sangre.
Mal asunto. Muy malo. Pero al fin
y al cabo, habían sido los disparos los que lo habían hecho retornar a la vida.
Sus recuerdos…sus recuerdos empezaban en esa tercera convulsión que lo había
hecho despertar. Estaba desorientado, se sentía amenazado. A unos pasos delante
de él había un hombre, pistola en mano, todavía apuntándole. Traje claro,
camisa oscura. Y gesto asombrado, bobo.
Le ardían las muñecas, también
los tobillos. Sintió que ese mismo calor quemaba las cuerdas que lo ataban y le
daba fuerzas para levantarse. Una cuarta bala voló hacia él, sin acertarle. Lo
mismo pasó con la quinta. Se abalanzó sobre su agresor, embistiéndole,
tirándolo al suelo. El traje claro dejó de ser claro, para ser un traje moteado
con sangre y a punto de ser cosido a balazos. La situación había cambiado por
completo. Ahora el que apuntaba era el que segundos antes estaba inconsciente y
atado. Sus heridas ya no sangraban. Y un aura de luz, llegada de la nada en esa
habitación oscura, le rodeaba.
− ¡Misericordia!−imploró
el del traje claro salpicado con sangre.
El jueves 12 de Marzo nos
abandonaba Terry Pratchett. ¿Mayor? Está claro que 66 años no son 20, pero
desde luego está lejos de lo que considero ser un anciano. Edad suficiente para
jubilarse (según el país y los vientos que soplen) y una buena edad para
continuar con tu trabajo si es que estamos hablando de un escritor.
Con unos 40 millones de libros
vendidos (el segundo que más vendía en Reino Unido tras J.K. Rowling, la autora
de Harry Potter) el genio responsable de la saga de Mundodisco desaparece y la
noticia de su muerte casi me pasa desapercibida. Le dedicaron unos discretos
segundos en el telediario nocturno, suficientes para dejarme la boca abierta, y
a otra cosa.
Sus obras, de temática fantástica,
brillaban por el humor de sus páginas. Se inventó una geografía propia para
ambientar la saga del Mundodisco, así como ciudades, gremios y una buena
colección de personajes entrañables e hilarantes. Qué bonito sería haberse
tomado algo con Sir Terry en el Tambor Remendado –con sus Ogros en la entrada,
con el orangután bibliotecario pelando un plátano− y que nos contase de primera
mano como hizo tanto y tan bien.
A Terry Pratchett le debo haberme
hecho reír e imaginar. Y le estoy inmensamente agradecido.
En un vuelo en picado a lomos del
dragón, Metalsaurio regresó al jardín. No estaba despeinado, pues no tenía pelo,
pero la sensación era la misma. Casi churruscado por la luz que lo elevó y le hizo
tomar perspectiva, advirtió que el vuelo había sido largo y que el jardín estaba
decorado para darle la bienvenida. Qué detalle, pensó. Los cucudralos,
cucudrualas y cucudrules le habían preparado un cartel que decía “Feliz 2015” y
lo habían adornado con las plantas fosforescentes que colgaban por todos lados.
Animalitos. Tan fieros unas veces y tan cariñosos otras.
-Estoy aquí, peques –dijo
el Metalsaurio.
El dragón se acomodó en la orilla
y de entre las escamas sacó la pipa. Mientras la alimentaba, miraba al
dinosaurio, que en ese momento ese momento se ocupaba de poner algo de Iron
Maiden en el hilo musical atmosférico del jardín.
−Y ahora, con algo de
perspectiva, con un año casi en blanco, ¿qué vas a hacer? –inquirió
el dragón.
Metalsaurio tardó un par de
segundos en responder. Se le ensombreció el rostro. Y cuando comenzaban a
asomar las primeras volutas de humo de la pipa del dragón, se echó a reír.
−Querrás decir mientras “¿Qué
vamos a hacer?”. Pues vamos a seguir respirando, latiendo e imaginando. ¿Te
parece bien? –respondió el dinosaurio.
El dragón luminoso que fuma en pipa y
es feliz ensanchó su sonrisa y dijo: Cuenta conmigo.