jueves, 31 de enero de 2013

Metalsaurio 2013


Si la forma es tan importante como el fondo, y el fondo de por sí no tiene forma: ¿qué narrar?

A veces me desparramo en palabras sin aparente esfuerzo; otras, en cambio, apenas encuentro fuerzas para dar con ellas y moldear estructuras dignas de contener una historia.

Y aunque a 31 de Enero es un poco tarde para esto, aprovecho para felicitar el año a los pocos pero muy importantes lectores que visitáis este recodo de la inmensa red: ¡Feliz 2013!



lunes, 14 de enero de 2013

Dragones: Aitaim (5 de 5)



-¿Lo oyes?

En Clickville, pueblo de artesanos relojeros, sólo se escuchaba el sonido de lo cotidiano hasta que el silencio lo inundó todo. La gente, tratando de escuchar, dejaba de hablar, dejaba de hacer y miraba al cielo, algunos, incluso, con las manos levantadas, como implorando a su Dios cósmico.

Era mediodía, y el cielo, encapotado desde primera hora de la mañana, se volvió especialmente oscuro. Una enorme sombra negra volaba por encima de las nubes e impedía que la luz llegase al valle. Estaba claro, además, que no se trataba de un eclipse. Ni siquiera uno de tantos impredecibles eclipses draconianos, pues cuando tenían lugar, ocultaban el sol, pero las llamaradas de los dragones compensaban la luz solar y aumentaban en varios grados la temperatura del globo terrestre.  Ahora, en cambio, ni se notaban variaciones en la temperatura ni la poca luz que recibían tenía tintes de llama.

En cualquier caso, sí parecía un fenómeno ligado a uno de los cinco dragones primigenios, Creadores y Amos del Todo. Daba igual cual, a fin de cuentas, si un dragón que vuela en picado hacia tu pueblo le da por escupir fuego…ya puede llamarse a Ataxis o Texux, que el pueblo quedará reducido a cenizas.

De entre las nubes, en elegante maniobra aérea, surgió el dragón. Sobrevoló un par de veces el pueblo y se plantó, fijo cual helicóptero, sobre la catedral, sin tocarla y batiendo las alas en silencio, observando la quietud del anonadado pueblo relojero.

En Clickville, no sabían mucho de dragones. Si supiesen mucho de dragones, sabrían que un Tiranosaurio Rex no es lo mismo que un dragón primigenio, y que el dragón, a diferencia del dinosaurio, te ve, te muevas o no. Sin embargo, ellos permanecían en silencio y quietecitos.

-Debe de tratarse de Aitaim.

En Clickville, como ya hemos dicho, sabían mucho de relojes. Sabían mejor que nadie que el tic-tac del reloj es sólo eso, un tic-tac que apenas puede mirar a los ojos a la inmensidad del tiempo. Sabían que el tiempo, si es que existe, no tiene sonido. Como tampoco lo tiene el vuelo de Aitaim. Hasta ese mediodía dudaban de si Aitaim, Primer y Único Dragón del Tiempo, era leyenda o también realidad.

De Aitaim se contaba que se movía en el tiempo como pez en el agua, si es que el símil sigue siendo válido a pesar de la diferencia de tamaños. Iba y venía del pasado al presente, del presente al futuro y, ¿por qué no? aunque nadie lo podría corroborar, del pasado al futuro. Era pacífico como una vaca cuando estaba de buenas y flamígero como el que más cuando estaba de malas. Sin embargo, había algo que lo hacía especialmente terrible: su capacidad para traer consigo objetos y seres de otras épocas.

Es cosa de él, dicen, que en el último eclipse draconiano, se pudiese ver al difunto Kumbrenthor, volando junto a los demás, y ocultando el sol.


viernes, 11 de enero de 2013

Dragones: Texux (4 de 5)



Hay historias que en la voz de un abuelo suenan y convencen mejor que las que cuentan, cada vez menos, los ciegos que piden limosna y tocan el acordeón. Esta que narro a continuación es una de esas historias de abuelo, que remite a una noche de guerra con bombas cayendo no demasiado lejos de las trincheras que ocupaban y a un compañero que, como él, era militar de circunstancias, y le contó por primera vez la historia.

Lo recuerdo sentado en su sofá o sobre mi cama, contando la historia tantas noches como se lo pidiese y siempre con el mismo énfasis e ilusión:

Hace muchos, muchos años, en el claro corazón de un bosque que con sus ramas acariciaba las estrellas, un mono recogió dos palos y los frotó con saña, el uno contra el otro, hasta que de ellos surgió una estilizada columna de humo. Al poco tiempo, también saltaron unas chispas e instantes después, en cuanto  prendieron sobre la hierba seca y se hizo la llama, el mono miró al fuego –el primer fuego provocado- y se encontró cara a cara con el rostro del Texux I, Primer Dragón de Fuego, Padre de Dragones. Fue entonces, dicen, cuando del susto, el mono evolucionó en hombre.

Comprenderéis que con cuentos como el de mi abuelo, me resultaba más fácil pasar la noche en vela, soñando despierto con Texux que pasar la noche dormido a riesgo de perderme el vuelo del dragón ante mi ventana, si es que algún día se dignaba a pasar. 

Mis padres pronto se preocuparon por verme adormilado durante el día y despierto cuando debía dormir, así que, con el tiempo, las historias de mi abuelo sobre Texux quedaron limitadas a las noches del fin de semana. Sin embargo, con ellas, aprendí a ver entre las llamas cotidianas -mecheros, cigarrillos, chispazos- a toda la prole del gran dragón flamígero. Los veo también arrasar bosques cuando se enrabietan y también ayudar con la cocina si están de buenas.

Quizá os preguntéis si alguna noche, desde mi ventana, he conseguido ver a Texux I, uno de los cinco dragones primigenios, Creadores y Amos del Todo. La respuesta es no. Sí lo he visto, en cambio, en mi visita al volcán de Creptor. En cuanto me alejé de la excursión y me asomé a la boca del volcán, allá al fondo, le vi. Me habló, incluso, en esa particular forma que tienen los dragones de dirigirse a uno. “Me caes simpático, chaval” dijo telepáticamente. Le pedí a gritos – no domino la telepatía- que lo quería ver, inmenso como es, en el cielo, volando. Respondió con una llamarada al aire y con un “Hoy no toca”.