La princesa Bernalda, recién prometida con un futuro rey
rico y feo, abandonó sus aposentos y se dirigió al jardín a llorar sus penas.
Una fina corriente de aire por aquí, la luna iluminando la escena y Bernalda,
más allá, removiendo con la mano el agua del estanque, formaban una bella
estampa medieval con sólo había una pega: las ranas y su croar. Bernalda las
odiaba casi tanto como a su prometido Gundar, pero esta noche, no sentía ni
fuerzas para sentirse asqueada por ellas.
Bernalda se lamentaba mirando al cielo, cuando un sapo
gordo y húmedo, con aspecto de malhablado, brincó a su vestido. ¡Croac!
Bernalda lo miró y, distraída, le rascó entre los ojos. Incluso ella misma
exclamó un croac desganado.
¡Croac! Insistió el sapo. ¡Croac! El sapo saltó y posó sus
labios en los de la princesa, que gritó, ahora sí, asqueada y de un manotazo
envió al sapo al centro del estanque.
Decepcionada y con los morros empapados, regresaba Bernalda
al castillo. Se detuvo unos segundos a limpiarse, y a sus espaldas, desde el
centro del estanque una voz la llamó. ¡Espera!
La princesa se giró y comprobó el origen de la voz: en el
agua, un joven de aspecto cortesano la miraba y, lentamente, se acercaba a
ella. ¡No huyas, espera! Dijo el chico, mientras, ya en la orilla, apoyaba una
rodilla en el suelo y agachando la mirada reprimía un croar.
Bernalda vaciló. ¿Quién era el desconocido desnudo? ¿Acaso
el sapo? ¿Le convenía hablar con él?
Me llamo Manilán -habló el sapo, ahora humano-. Una bruja
me había hechizado y convertido en sapo. Con el beso me has hecho libre y ahora
estoy en deuda contigo.
-Ay, Manilán –respondió la princesa Bernalda evitando con
sus ojos la desnudez de Manilán- nada me haría más feliz que me librases de mi
compromiso con el príncipe Gundar.
Manilán se acercó a la princesa. La tomó entre sus brazos,
aún mojados y cuando sus miradas se cruzaron, la besó. Y la convirtió en rana.
A la luz de la luna, Bernalda la rana, saltó a la charca. Y
del agua salieron más y más hombres, antes sapos, que, como Manilán, habían
sido convertidos en batracios cuando se disponían a asaltar el castillo.