miércoles, 19 de abril de 2017

Novedades robóticas

Hay novedades en la tienda de robótica del barrio. La noticia ha corrido rápida como el wifi y todo humano a la última, con chip instalado bajo la piel, está al tanto. Saben de la novedad, pero no exactamente de qué se trata. Una fuerza –la curiosidad o ese chip tan potente, quién sabe− los impulsa a visitar el establecimiento. Nada de visita web, nada de enviar al siervo-bot. Sienten la necesidad de hacer la visita ellos mismos.

Bienvenida, C3P1 –saluda el asistente virtual de la tienda a los que entran−. Normalmente dice el nombre del que entra, pero se ha estropeado y sólo reconoce el número del chip. La dueña de la tienda está atenta y saluda a la clienta recién llegada. Hola, Alfonsa.

Alfonsa por edad es una anciana, pero desde que tiene chip está de lo más rejuvenecida. Es de personalidad arrolladora y muy directa. Me tienes intrigadísima, ¿cuál es la novedad? Un nuevo robot, supongo. Quiero verlo.

Cristina, la propietaria de la tienda, la conduce a una sala aparte. En silencio. Alfonsa se desespera. Cristina encienda la luz y le señala una urna acristalada. No mide más de medio metro de alto y dentro se mueven varios cuerpos humanoides.

− ¿Robotitos? Tengo varios, ya lo sabes.

− No son robotitos, Alfonsa. Fíjate. Son humanos, en miniatura y con chip programable. Si quieres los programas, les asignas funciones de mayordomos, de compañía…o los dejas así, salvajitos y con su cerebrito reducido. Lo que prefieras. Eso sí, elijas lo que elijas, es mucho más glamoroso que los siervo-bots.

Alfonsa se acerca a la urna y golpea suavemente el cristal. Los humanitos, de ojos tristes, de mascota, se acercan a ella.

− Me llevo dos. Para hacerte un favor y por la exclusividad de tener un siervo no robot. Pero me los vacunas y me los castras. Que mi casa no es la selva…y una tiene su corazoncito.



lunes, 3 de abril de 2017

El brillo

Con los ojos abiertos, en vela, es pobre y sin solución. Al cerrarlos, lo sigue siendo, pero allá al fondo, al final del túnel ve luz. Mantiene los ojos cerrados, sigue en cama, y avanza hacia la luz. Empuja un vagón, suda, pero el esfuerzo merece la pena. La luz está cerca y se refleja en el contenido del vagón. Es oro. No sabe si está despierto o sueña, y sigue empujando. Sea como sea, necesita el oro y se esfuerza.

Siente que lo siguen. Pasos que se acercan, gritos próximos. Manos que lo señalan, lo acusan. Sigue empujando el vagón. El oro, el oro, ¡cuánto te necesito! Empuja. El vagón se desliza por raíles cada vez más fácilmente. Parece poner de su parte. El oro también brilla y parece decirle “quiero ir contigo”.

Las voces se acercan. Siente dedos que le rozan desde la espalda. Su nombre, su nombre. Lo gritan constantemente.

Se despierta. El pijama está empapado de sudor. Vaya sueño. Qué miedo pero qué cerca he estado. Y se da vuelta en cama. Su novia duerme. La casa está a oscuras. Tiene los ojos abiertos y se siente pobre, pero casi rico. Se enjuga una lágrima con la mano y se da cuenta de que brilla. Refleja el resplandor del oro del vagón que ocupa el ancho el pasillo.
Tiene los ojos abiertos y es rico. Los cierra y lo sigue siendo.