domingo, 25 de noviembre de 2018

Hipnosis

Manolo acudió a una sesión de psicoanálisis porque necesitaba entenderse con el mundo y para eso antes necesitaba entenderse a sí mismo. La psicoanalista a la que acudió Manolo era una eminencia local afamada por recurrir a la hipnosis. Lucía, la psicoanalista era consciente que no siempre era estrictamente necesario hipnotizar al paciente, pero la hipnosis tiene un toque mágico que a los pacientes les encantaba al sentirse parte de la magia, y a ella, a Lucía la ayudaba a hacerse con una posición más sólida en el mercado.

Manolo se acomodó en un diván y tal como Lucía le solicitó siguió con su mirada el péndulo que la terapeuta hacía oscilar ante su rostro. Entró en un estado de ensoñación lentamente, arrullado por la voz tranquila de Lucía y por el oscilar del péndulo. Estaba entrando en hipnosis cuando se apercibió de que algo le pasaba a Lucía: había soltado el péndulo, se agarraba el corazón y emitía un suave quejido. Lucía estaba teniendo un ataque al corazón y Manolo estaba hipnotizado.

eManolo estaba sometido a la voluntad de un muerto, que nada tenía que decir. Lucía no emitía señales, Manolo, en su letargo tampoco recibía nada. Quizás, pensaba Manolo sin pensar, intuyendo sin intuir, dejarse estar solucionaría la situación, pero era el último cliente de un viernes a última hora y tardarían en encontrarlo.

De repente, un chispazo iluminó el inconsciente de Manolo. La chispa se convirtió en un túnel luminoso por el que caminaba una figura, a la que identificó como Lucía. La sombra de Lucía caminaba y hacía oscilar un péndulo metálico. El incorpóreo Manolo siguió a la figura de la terapeuta, en silencio, hasta desembocar en la luz y volver en sí. Justo en el momento en el que la policía entraba en la consulta y lo detenían por asesinato.

Manolo se entendió a sí mismo y al mundo durante su detención preventiva, pues tuvo mucho tiempo para pensar: el mundo es caprichoso y la mano amiga puede fallar. El caminar, con los ojos bien abiertos, y evitando magias salvadoras pues no existen. Al menos, estaba seguro de que no podría volver a resucitar.

domingo, 16 de septiembre de 2018

La doctora de dragones


La salud de un dragón no se puede medir por el tamaño del dragón. Es una obviedad que quiero aclarar antes de seguir y que alguien levante la mano y pregunte “¿Cómo va a estar enfermo un dragón, con lo grande que es?”. Cualquier ser vivo, cualquier animal, sea humano o dragón, puede enfermar. A nadie se le ocurre preguntar si puede enfermar un árbol, un cocodrilo o un gorila. Es evidente que sí: a los parásitos y microbios les da igual atacar a una planta que a un dragón y el azar no entiende de tamaños.

Si a lo dicho, añadimos que el dragón es un animal sumamente inteligente, enseguida comprenderemos que también está expuesto, más que nadie, a desordenes psicológicos. De hecho, la imagen del dragón tumbado sobre una montaña de oro es la de un dragón enfermo.

Dicho esto, me presento.  Soy Palmira Draculia, doctora de dragones. El término “veterinaria” lo reservo para animales más bobos que estos a los que trato.

Hoy quiero hablarles de un paciente en particular. Dejaré su nombre de lado para salvaguardar su anonimato, pero para referirnos a él, entre nosotros, le llamaremos Quetzal. Quetzal se presentó en mi consulta, en la cima de la montaña −consulto allá arriba para que las visitas de estos enormes animales no interfieran en el día a día del pueblo− manifestando que a pesar de saberse magnífico en todas las cualidades deseables en un dragón sufría por no sentirse querido. Y menos querido se sentía cuanto más se esforzaba. Si le daba por comer un rebaño de ovejas, sus vecinos dragones le reprochaban su dieta descuidada, si seguía una dieta vegana, le decían que no es propio de dragones; si quemaba un ejército lo tachaban de violento, pero si se dejaba robar una moneda de la montaña lo etiquetaban de pusilánime.

Todo esto Quetzal trataba de suplirlo haciendo gala de sus aventuras. Las contaba siempre que podía, centrándose mucho en los detalles, censurando mucho las aventuras de los demás, y marchándose entre llamaradas cuando las historias ajenas superaban a las suyas.

A Quetzal tuve que tratarlo con mucha paciencia. Sin contar historias mías o ajenas que pudieran hacerlo enfadar, y con la habilidad suficiente de encontrar las palabras necesarias para hacerle ver que posiblemente padecía de cierto complejo de inferioridad y que estaba necesitado de la aprobación ajena. La terapia tuvo como objetivo fortalecer su ego y así hacerlo menos dependiente de las opiniones de otros dragones.

A día de hoy, Quetzal come y quema lo que quiere. Cuenta sus aventuras a quien las quiere oír, y churrusca al que le cuenta una historia mejor que la suya.

Mejora, pero sigue en terapia.


jueves, 13 de septiembre de 2018

Regreso...en unos días

Como anticipa el título de esta entrada, en unos días estaré de vuelta, con más relatos bajo el brazo.

De este fin de semana, no pasa.

¡Hasta entonces!

lunes, 2 de julio de 2018

La saga de Metalonia (capítulo 2, reescrito)


El capítulo 2 de la saga de Metalonia, reescrito. Me gusta más así, espero que coincidáis conmigo con el resultado:

Arrabio parece humano, pero no lo es. De hecho, su parecido con los humanos evidencia su diferencia: su morfología es la de un monigote que representa a un humano. Además de su aspecto de monigote de semáforo, hay otros dos detalles a destacar: es de hierro y no alcanza los treinta centímetros de estatura.

Arrabio es relativamente afortunado en la vida. Le toca servir a uno de los seis sabios. Al responsable de la Ciencia. Como tantos otros, Arrabio trabaja para él en el servicio meteorológico.

Arrabio pasa el día frente a una pantalla en la que se vuelcan temperaturas, vientos y fenómenos atmosféricos varios. El sabio plateado está preocupado por las consecuencias que se podrían derivar de un desorden atmosférico y ha encargado al servicio meteorológico investigar como provocar y frenar tormentas. A Arrabio le ha tocado investigar cómo provocar el trueno, pero, aunque tiene claras sus causas, no es capaz de reunirlas para que surja la chispa primigenia.

Arrabio tiene un amigo en el departamento de Historia. Se llama Escandio y está especializado en historia de la magia. No es un departamento muy popular, ya que nadie reconoce la existencia de la magia, pero no siempre fue así y la documentación que custodia Escandio lo demuestra. Para Arrabio, recurrir a Escandio supone reconocer su desesperación, pero sus conocimientos pueden ser de ayuda.

− ¿Conjuros para invocar truenos? No hay ninguno que yo conozca, pero miremos el archivo.

Con su metálico corazón en un puño, Arrabio acompaña a Escandio por la biblioteca. Hay multitud de pasillos llenos de estanterías repletas de libros hasta el techo. Sólo al fondo, tras una puerta, aparece la sección de historia de la magia. Escandio, con la llave que le cuelga sobre el pecho, abre la puerta.

Los tomos de las Leyendas de Metalonia son el núcleo central de la sección mágica y en ellas centran la búsqueda. Cualquier precedente en la invocación a los truenos podría ser de utilidad. Arrabio y Escandio revisan tomo a tomo…y no sólo localizan un precedente en su afán de invocar al rayo, sino que se da fe haberlo conseguido: el antiguo brujo Titanio invocó al trueno y dejó escrito cómo hacerlo, pero, que se sepa, nadie más quiso o supo seguir sus pasos.

Las instrucciones del brujo Titanio son claras: subir a una montaña cuya cima esté coronada por un único árbol, un único avellano, y tras abrazarlo durante toda la noche y susurrarle el deseo de que haga descender el relámpago y estallar el trueno, finalmente, con la primera luz de la mañana, pronunciar las palabras mágicas.

Arrabio conoce una montaña que cumple las condiciones que indica el libro. Se despide de Escandio con la promesa de ponerlo al tanto del resultado del conjuro y pone rumbo a la montaña. Es alta pero la corona. Vence al sueño y a sus recelos de susurrarle al árbol. Antes la vergüenza de que lo encuentren en esa postura durante la noche a la cólera del sabio gigante de plata.

Con la primera luz de la mañana pronuncia las palabras mágicas. Con cada palabra, un nuevo nubarrón aparece. Denso, negro. La noche parece cubrir la montaña, pero nada sucede.

Arrabio mira el cielo. No agita un puño en dirección al cielo, desafiante, por ser un gesto demasiado ridículo en un monigote metálico. Pero maldice una y otra vez. A Titanio y a su suerte. A esos nubarrones que oscurecen el cielo, pero de los que no brotan relámpagos.

Arrabio regresa a la ciudad, cabizbajo, meditando sobre lo sucedido. El conjuro había funcionado a medias. El relámpago no había caído pero los nubarrones eran innegables…quizá la próxima vez funcionase. Todavía triste, se propuso intentarlo una vez más. Una vez…y las que fueran necesarias. Esto pensaba Arrabio cuando de entre las nubes nació un relámpago que fue a dar a su redonda cabeza. La descarga lo hizo saltar por los aires y caer inconsciente.

Al despertar, hecho polvo, una sensación eléctrica recorría su cuerpo, un chisporroteo inusual. Como pudo, se levantó y renqueante continuó su camino a la ciudad.

Rumbo a casa, a descansar del susto.

Continuará.


lunes, 25 de junio de 2018

La saga de Metalonia (2)

Aquí podrás leer el capítulo anterior: Capítulo 1

Arrabio parece humano, pero no lo es. De hecho, su parecido con los humanos evidencia su diferencia: su morfología es la de un monigote que representa a un humano. Además de que su aspecto es el de un monigote de semáforo, hay otros dos detalles a destacar: es de hierro y no alcanza los treinta centímetros de estatura.

Arrabio es relativamente afortunado en la vida. Le toca servir a uno de los seis sabios. El sabio de plata al que sirve es el responsable de la Ciencia, y Arrabio, como tantos otros, trabaja para él en el servicio meteorológico.

Arrabio pasa el día frente a una pantalla en la que se vuelcan temperaturas, vientos y fenómenos atmosféricos varios. El sabio plateado está preocupado por las consecuencias que se podrían derivar de un desorden atmosférico y ha encargado al servicio meteorológico investigar como provocar y frenar tormentas. A Arrabio le ha tocado investigar cómo provocar el trueno, pero no encuentra la manera.

En los archivos del servicio meteorológico no encuentra la solución y aunque la redonda cabeza de hierro de Arrabio tiene claras las causas del trueno, no es capaz reunirlas para que surja la chispa primigenia. Es por esto que Arrabio recurre a su colega Escandio, del servicio de Historia, con el objetivo de que le cuente si hay precedentes en su búsqueda. Y sí las hay, en un tomo de Las leyendas de Metalonia no sólo se narra que existieron precedentes, sino que se da fe de haberlo conseguido. El antiguo brujo Titanio invocó al trueno y dejó escrito cómo hacerlo pero, que se sepa, nadie más quiso o supo seguir sus pasos. Arrabio, por supuesto, necesita darlos.

Arrabio sale del departamento de Historia con Las leyendas de Metalonia bajo el brazo y la promesa de devolverle el tomo a Escandio. Las páginas son antiguas pero legibles. Las instrucciones del brujo Titanio son claras: subir a una montaña cuya cima esté coronada por un único árbol, un único avellano, y tras abrazarlo durante toda la noche y susurrarle el deseo de que haga descender el relámpago y estallar el trueno, finalmente, con la primera luz de la mañana, pronunciar las palabras mágicas.

Arrabio conoce una montaña que cumple las condiciones que indica el libro. Sigue a pies juntillas las instrucciones y corona la montaña, vence al sueño y a sus recelos de susurrarle al árbol. Prefiere la vergüenza de que lo encuentren en esa postura durante la noche que la cólera del gigante sabio de plata. Con la primera luz de la mañana Arrabio pronuncia las palabras mágicas.

El cielo se nubló en un instante y nada sucedió. Arrabio se apartó del avellano y bajó la montaña. Cuando ya se aproximaba a la ciudad, el relámpago cayó justo encima de la redonda cabeza metálica de Arrabio. Saltó por los aires y lo dejó inconsciente unos minutos.

Al despertar, hecho polvo, notó una sensación eléctrica que recorría su cuerpo, un chisporroteo inusual. Como pudo, se levantó y renqueante continuó su camino a la ciudad. Rumbo a casa, a descansar del mal trago.

Continuará.



domingo, 17 de junio de 2018

La saga de Metalonia (1)


Los sabios de Metalonia hacen coincidir la aparición de la vida inteligente de su planeta con la llegada de un meteorito metálico. El meteorito, ahora sagrado, estaba compuesto por tres metales, y de cada uno de ellos evolucionó cada una de las tres razas que ahora pueblan Metalonia.

Dicen los mismos sabios que las proporciones del meteorito eran exactas. Un tercio de oro, otro tercio de plata y el tercio final, de hierro. Del tercio de oro evolucionaron los oligarcas que poseen la mayor parte del territorio, la industria y el comercio. Estos oligarcas son tres y de gran tamaño. Del tercio de plata nacieron los sabios. Son algo más pequeños que los oligarcas, pero aún así su tamaño es considerable. Son seis y se ocupan de la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la ciencia y la historia. La plebe ha nacido del hierro. Son muchos y pequeños. No se sabe cuántos son porque nadie ha tratado de hacer un conteo, y sus ocupaciones son tan diversas que la forma más sencilla de describirlas a modo general es diciendo que se ocupan de servir. A los oligarcas y a los sabios.

En Metalonia reina la paz. Una paz, no armoniosa, pero sí muy ordenada. La plebe está mohína de tanto servir, pero saben que ese es el destino que les asigna el muy democrático consejo político: oro, plata y hierro deciden. Todos los ciudadanos, sea cual sea su raza, están invitados a asistir y a votar. Los tres oligarcas votan contra la plebe, al igual que los sabios. La plebe, en cambio, tiene tan disperso su voto que unas veces apoya al oro, otras a la plata −al fin y al cabo depende de ellos−, y las veces que se apoya a sí misma no lo hace con la unanimidad necesaria para ser respetada.

Continuará.


domingo, 10 de junio de 2018

Reordenación de ideas

Hace unas cuantas entradas comentaba varios de los objetivos a corto y medio de plazo de este blog:
  1. Volver a la frencuencia semanal de publicaciones
  2. Terminar la serie de relatos de la princesa Bernalda
  3. Terminar la serie de relatos de los desertores
  4. Terminar la serie de relatos del epistolario secreto
  5. Hacer un recopilatorio de relatos
¿Cómo están estos objetivos?

Esa entrada la publiqué a finales de Abril, con lo cual, el tiempo a tener en cuenta es breve y no muy significativo, pero en un sentido u otro ya se comienza a ver cómo avanzan. Y quiero reordenadar ideas:

  1. La frencuencia semanal de publicaciones: ha dejado de cumplirse desde hace 3 semanas y el motivo son los puntos 3 y 4.
  2. La serie de relatos la princesa Bernalda: al ser relatos independientes podría haberla dejado en cualquier punto, pero mi pretensión era llegar a los 10 relatos de esta serie y he llegado (tengo 2 no publicados en el blog) con lo cual, objetivo cumplido. 
  3. La serie de relatos de los desertores: he hecho un esbozo de guión de cómo continuar la historia, pero cuando pienso en rematarlo me entra la desidia. Empiezo a sospechar que en el fondo, no quiero continuar la historia, así que posiblemente la deje a remojo más tiempo.
  4. La serie de relatos del epistolario secreto: tengo en mente alguna idea suelta que podría aprovechar para algún capítulo, pero no daría cuerpo a una historia larga. Tampoco tengo el guión y, cuando pienso en ponerme con él, tampoco me motiva lo suficiente.
  5. Recopilatorio de relatos: tenía pensando ponerme con él acabar las series de los desertores y el epistolario secreto, así que os podéis imaginar cómo está.
¿Toca reformulación de objetivos?

Creo que sí. No descarto continuar esas 2 series que están en pause pero para evitar dejar también el blog parado, retomaré las series temáticas, como la de los pecados. Así que para la próxima entrada, os encontraréis una pequeña desviación sobre el plan original.

¡Hasta la semana que viene!




sábado, 19 de mayo de 2018

Las aventuras del principe desencantado (8ª parte)

Pincha aquí para leer los capítulos anteriores (todos ellos independientes)

En la cabeza de la princesa Bernalda anidan las historias que cantan los juglares. Otras nacen en su real cabeza. Tiene en su habitación todo lo que necesita para moldear historias: pergamino, pluma, tinta. La imaginación siempre la acompaña y le basta con mirar a través de la ventana para empezar a escribir:

La princesa Bernalda, recién prometida con un futuro rey rico y bondadoso, abandonó sus aposentos y se dirigió al jardín irradiando amor. El sol, en lo alto, la abrazaba y le auguraba un feliz matrimonio; bajo el cielo, la naturaleza en su conjunto le susurraba su enhorabuena.

Bernalda se acercó a la orilla del estanque. Unos pececillos nadaban quedamente. Un sapo la miraba con felicidad. Bernalda removió el agua con la mano, provocando unas tranquilas ondas. Desvanecidas las ondas, se formó la imagen de Gundar, su prometido, que allá lejos, en su castillo, escribía apasionadamente sobre un pergamino:


“En la cabeza de la princesa Bernalda anidan las historias que cantan los juglares. Otras nacen en su real cabeza. Tiene en su habitación todo lo que necesita para moldear historias: pergamino, pluma, tinta. La imaginación siempre la acompaña y le basta con mirar a través de la ventana para empezar a escribir.”


domingo, 13 de mayo de 2018

Las aventuras del príncipe desencantado (7ª parte)


Pincha aquí para leer los capítulos anteriores (todos independientes)

La princesa Bernalda, recién comprometida con la igualdad de oportunidades, convenció a la familia real para elegir a su marido a través de un examen de oposición.  

No una oposición tradicional, en la que los méritos a valorar fueran la riqueza, posesiones y habilidades militares, sino una oposición abierta, accesible a cualquier siervo y noble del reino con conocimientos profundos de la realidad social y geográfica, habilidad para el mando, algo de idiomas y buen corazón.

El aprobado se llamaba Manilán y era barbero. Conocía el país de un extremo al otro ya que su profesión lo obligaba a viajar, conocía a la gente y sus idiomas y allá adonde fuera era querido por todos. Cumplía todos los requisitos y además sabía escribir y las operaciones matemáticas básicas.

Casados Bernalda y Manilán, fueron el comienzo de la monarquía por oposición. Más inclusiva que la anterior, más abierta a la evolución. Tan abierta a la evolución que Bernalda dimitió como reina para poder presentarse a las reales oposiciones para legitimar su posición como funcionaria. 

lunes, 7 de mayo de 2018

Las aventuras del príncipe desencantado (6ª parte)


Y aquí están las aventuras anteriores de esta serie, que más bien debería llamarse La princesa Bernalda: leer capítulos anteriores (todos ellos independientes)

La princesa Bernalda, recién prometida con un futuro rey rico y feo, abandonó sus aposentos y se dirigió al jardín a llorar sus penas. No quería pasar a la historia como “la reina Bernalda, esposa de Gundar, el feo”. Ni creía que su próximo reinado fuera a ser tranquilo:

Las barrigas de los aldeanos estaban más menguadas que de costumbre, sus miradas, antes dóciles eran ahora duras. Y duros eran los castigos que recibían, pero ni con esas, decía el rey, se sometían de buen grado. Sin oposición, es cierto, pero con disgusto y con gritos de “¡democracia, democracia!”.
A la princesa Bernalda poco le contaban, pero percibía un ambiente de inquietud en palacio que sólo se calmaba, al menos superficialmente, al mencionar las riquezas de Gundar y las posibilidades de aplicarlas para meter en cintura a esos mal encarados. La amenazadora “democracia” causaba pavor. La democracia, el gobierno del demonio. Gundar le desagradaba, pero un demonio reinante mucho más.

Necesitaba aire. Y que la luna o las estrellas, la suave brisa o el croar de las ranas, le susurrasen cómo evitar tan terrible futuro. Del cielo le vino la respuesta. Rápida, en llamas. No era una estrella fugaz, sino una flecha ardiendo que se clavó en la hierba. Se asomó entre las almenas, y vio a una multitud que se dirigía a la fortaleza con antorchas y clamando por la democracia. La boda con Gundar ya no era un problema…el demonio estaba allí dispuesto a gobernar.


domingo, 29 de abril de 2018

Undécimo aniversario


Fue después de publicar la última entrada, la que suponía el final de la colección de relatos sobre los pecados capitales, cuando me di cuenta de que se me había pasado algo por alto y que debía subsanarlo en la próxima publicación.

El 29 de marzo este blog cumplió 11 años. Y justo hoy, cumple 11 años y un mes. O sea, que la Tierra ha girado 11 veces alrededor del sol desde que empecé con el blog. Ahora que lo pienso, el contar vueltas de la Tierra en vez de años es bastante más impresionante: una inmensa masa redonda girando alrededor de una bola de fuego…y durante 11 de esas vueltas Metalsaurio estaba allí…como el dinosaurio del relato aquel: “cuando abrió los ojos el dinosaurio aún estaba allí

Es evidente que la frecuencia de publicación es inferior a la que tenía al principio, pero también es cierto que está más vivo que hace un par de años. Así que estoy satisfecho de que el blog siga en pie y caminando, aunque sea despacito. Como leí una vez acerca de un tema totalmente distinto: “nos saldrá mal, pero es importante hacerlo”. De vez en cuando me viene a la mente esta frase, que no sé si será acertada siempre, pero hay ocasiones en las que sí: si el fin es deseable, el querer hacerlo perfecto no ha de paralizarnos, sino empujarnos a comenzar, poner empeño en que salga bien, y las imperfecciones se irán limando por el camino. Si llevamos este razonamiento al terreno de blog: sin duda preferiría una mayor frecuencia de publicaciones, pero publicar es el primer paso.

Dicho esto, mantengo el objetivo, pocas veces cumplido, de una publicación por semana.

Otro de los objetivos es hacer una nueva recopilación de relatos a lo largo del año. Si bien, antes me gustaría rematar alguna de las series que quedaron atrás: la del príncipe desencantado (que más bien debería llamarse La princesa Bernalda), desertores y el epistolario secreto. Estas 3 son historias que dan para más de lo que escribí y me gustaría retomarlas.

¿Será una auto publicación como la anterior, o lo intentaré en una editorial? Aún no lo sé. Cada cual tiene sus ventajas e inconvenientes.  Y tiempos…lo primero es terminar de escribir, repasar, corregir, y después ya se verá. Creo que alguna vez ya lo he comentado aquí…cuando hace años me preguntaron:

¿Qué harás cuando acabes aquí?

Cuando acabe, ya se verá…

− ¿Crom proveerá, no?

Sí, Crom proveerá.

En ese momento me sentí un poco como Conan. Con esa actitud sigo respecto a los escritos: sigo en ello, y cuando toque decidir, lo haré.

Y como siempre: ¡gracias por las visitas y comentarios! Son para mí un regalo. A fin de cuentas, el tiempo es lo único que realmente tenemos y me dais parte del vuestro.

¡Seguimos!


sábado, 7 de abril de 2018

Soberbia


Para seguir pecando, visita las entradas anteriores: Lujuriapereza , gulairaavaricia y envidia

Obdulio es un economista brillante, el que más. Por eso, sin conocerlo a fondo, muchos lo consideran la persona más inteligente del mundo por aplicar su mente privilegiada al estudio del dinero. Sin duda estas gentes parten de una perspectiva egoísta, en la que prima el beneficio propio a costa de lo que sea. Y no es este el caso de Obdulio. De hecho, Obdulio además de inteligente es desprendido. Acaso estas son sus únicas virtudes. Obdulio estudió la generación y el reparto de la riqueza, y finalmente creó una sencilla ecuación, con la que se hace inevitable el crecimiento económico y el desarrollo de sociedades felices.

Es entendible, claro, que le hayan concedido el premio Nobel de Economía y el de la Paz. Prácticamente todas las capitales le han dedicado una calle o un monumento. El mundo nada en la abundancia y se pueden permitir eso y mucho más, pero la ecuación de Obdulio no permite los dispendios. Y no sólo las instituciones reconocen su talento, sino que a cualquiera que se le pregunte por Obdulio se deshará en elogios hacia él. Todos están agradecidos.

Sin embargo, como decíamos antes, Obdulio es inteligente y desprendido, pero también destaca por su altanería y estas atenciones le saben a poco. Tampoco tiene en estima a los que se las hacen, a quienes considera incapaces de sacarse las castañas del fuego. Ambos pensamientos se retroalimentan y lo disgustan tanto que en su mente va tomando forma la idea de retocar su famosa ecuación: igualmente efectiva en lo económico, pero con un toque de servilismo hacia él. Es consciente de que no es posible. Su ecuación es perfecta y sus mejoras sociales son imparables.

Es un día cualquiera de primavera en el que el sol brilla y calienta sin abrasar. Los pajarillos se posan en los árboles de las aceras y cantan para Obdulio, que camina malhumorado, y para todo el mundo. Alguien lo reconoce, lo saluda y le da las gracias. Antes de que pueda seguir, Obdulio lo detiene, le hace una llave de yudo y lo inmoviliza en el suelo. “¿Sólo me das las gracias? Me debes mucho más que eso”. El vecino está dolorido, pero sobre todo desconcertado. Apenas puede hablar, pero aún así consigue decir unas palabras: “Lo siento”.

Con ese arrebato salvaje Obdulio ha traicionado a su ecuación.

Las ecuaciones, al ser inmateriales, no se rompen, pero las que son sensibles al bienestar son tan frágiles que no soportan que su autor les dé la espalda…y sufren un ataque de aleatoriedad. Justo en ese momento, los pájaros guardaron silencio un par de segundos, algo imperceptible.

Obdulio aflojó su agarre sobre el hombre y éste se libró de la opresión, le dio un puñetazo en el estómago y escapó. Obdulio quedó doblado por el dolor y con el orgullo por los suelos. Sabía que había estropeado la ecuación y que la aleatoriedad le había devuelto su traición.

Se encerró en casa a ver cómo el mundo se iba al traste, pero eso no pasó. La aleatoriedad simplemente hizo que las calles con su nombre lo cambiaran por otro, sus estatuas se cayeran y el agradecimiento general fuera poco más que una anécdota. Todos felices y con Obdulio en las penumbras del olvido.


sábado, 10 de marzo de 2018

Envidia: Nidia, la manzana podrida


Para seguir pecando, visita las entradas anteriores: Lujuriapereza , gulaira y avaricia-

Érase una vez dos manzanas que colgaban en la punta de una rama. Ambas sanas y fuertes. Llamaremos a una Nidia y a la otra Nicolasa y, a pesar de su aspecto, muy similar, las distinguiremos fácilmente, incluso en un primer vistazo, porque Nidia ha caído al suelo y Nicolasa se mantiene en la rama.

Antes amigas cercanas, Nidia y Nicolasa, ahora están más distantes. Nidia debe mirar hacia lo alto para ver a Nicolasa. Nicolasa en cambio mira hacia abajo cuando saluda y sonríe a Nidia. Las dos saben que han nacido en la misma rama y soportado los mismos vientos y pájaros, y que sólo el azar ha hecho caer a Nidia, sin embargo, en el corazón de Nidia sus pepitas se retuercen al contemplar a Nicolasa. Tan en lo alto y sonriente. Recibiendo más sol y siendo acariciada por la brisa. Ojalá se caiga.

Nicolasa se mantiene en el árbol. Sigue saludando a Nidia allá abajo, a pesar de que nota que Nidia no le corresponde. Sus nuevas amigas están más alejadas de lo que antes estaba Nidia, pero más cerca de lo que ahora la separa de ella. Además, saludan y son agradables. Nidia por su parte, contempla cómo Nicolasa tiene nuevas amistades y cómo aguanta en la rama.

Incluso cuando finaliza la época de las manzanas, Nicolasa resiste. Es la última. Y mientras Nicolasa la saluda, Nidia desea que caiga, junto con el árbol.


sábado, 3 de marzo de 2018

Manfredo, el avaro


Para seguir pecando, visita las entradas anteriores: Lujuriapereza , gula e ira

A Manfredo le gustaría vivir en el edificio más alto de su pueblo y no es así. Vive en un primer piso. Es obligado decir que, en su pueblo, Poblestrela, la casa más alta tiene dos pisos y que apenas la torre de la iglesia la supera en altura. Aún así, por desquite, Manfredo se cuela todas las noches en la iglesia y sube al campanario. Dedica unos escasos segundos a disfrutar del Poblestrela dormido, iluminado tenuemente por el alumbrado público o la luna. Pasados los segundos de contemplación, Manfredo echa mano de su carpeta llena de folios y de su bolígrafo, dirige la mirada al cielo y comienza a contar estrellas. A cada una le da un nombre que consiste en una eme mayúscula, de Manfredo, un guion, y un número de serie. Cuando el cansancio le vence, regresa a casa y archiva las hojas del día con las demás. Tiene la casa llena de folios, ordenadísimos todos. Llenos de nombres de estrellas.

Hace tiempo que Poblestrela sabe de las actividades nocturnas de Manfredo. Lo achacan a su carácter esquivo e inofensivo. Tienen tan asumido que Manfredo se cuela todas las noches en la iglesia que nadie se da cuenta cuando deja de acudir.

Las habladurías de que algo raro trama Manfredo comienzan cuando alquila un bajo comercial en la plaza mayor. Continúan cuando lo acondiciona y se convierten en un mar embravecido en cuanto coloca el cartel del negocio: Venta de estrellas.

Hay muchas risas en Poblestrela y muchas visitas a la tienda de Manfredo. Sobre todo, para contarlo después. Alguna venta resulta de los que quieren darle así limosna y hacer un regalo original. Manfredo asegura además que con la compra de la estrella se adquiere el derecho de ponerle nombre. Como quien tiene una mascota y le da nombre.

Cuando cae la curiosidad por el negocio de venta de estrellas, peligra el medio de vida de Manfredo, pero está tranquilo. Hasta el momento sólo los compradores se habían percatado de que las estrellas que compraban desparecían del cielo nocturno. Ya se lo había advertido Manfredo en el momento de la compra: “La estrella ahora es tuya, de nadie más”. Y con esto en mente, sintiendo suyas las estrellas no vendidas, Manfredo coloca un cartel en el escaparate: Liquidación de existencias.

Con este cartel no pretendía anunciar una rebaja en el precio sino anunciar que haría desaparecer las estrellas no vendidas, y, por bloques las va retirando de la venta y del cielo.

Manfredo sigue vendiendo poco y sigue borrando estrellas, mientras espera a que alguna institución astronómica lo llame. Tardan en dar con él, pero finalmente lo hacen. Para ese momento en el cielo sólo había la mitad de estrellas de las que debería haber. El instituto astronómico internacional accede al pago millonario por el rescate de las estrellas y a construirle un edificio de tres pisos. Así será el hombre más rico del mundo y el que vive en la casa más alta de Poblestrela.

Manfredo es feliz con su nueva casa y sus miles de millones. En el instituto astronómico internacional también son felices. Tienen a las estrellas de vuelta y si sus previsiones se cumplen, un diminuto meteorito caerá en la casa de Manfredo.

jueves, 15 de febrero de 2018

Ira

Para seguir pecando, visita las entradas anteriores: Lujuriapereza y gula

Paralelas a esta discurren otras realidades alternativas a la nuestra. Esta es una historia de una realidad paralela, ambientada en la Viena de 1910 y protagonizada por Leoncia.

Leoncia era rubia y fornida. De melena y carácter revueltos. Pronta al rugido y a la ternura. Encauzaba estos vaivenes apasionados mediante óleos y pinceles: era pintora, paisajista. Trabajaba en su casa o a domicilio, según el deseo del comprador.

Fue en una de esas sesiones en las que, pintando en un salón ajeno, oyó, procedentes desde la sala contigua, unos gritos lastimeros de naturaleza poco humana, poco animal. La puerta estaba entreabierta y se asomó disimuladamente. Como se asoman las leonas en los salones contiguos. Sobre un caballete había un lienzo, y sobre un taburete, el pincel y la paleta de colores. Al fondo, una puerta abierta.

Se acercó al lienzo. Se trataba de un bonito paisaje boscoso, con un castillo como elemento principal. Los trazos estaban retorcidos, a disgusto. Juraría que los oía quejarse. Iba a aproximar su oído a la pintura cuando oyó unos pasos a punto de entrar.

Era un joven delgado, de mediana estatura. Moreno y con bigote. Traía un trapo con el que se limpiaba las manos.

−Eres A. Hitler, supongo− dijo Leoncia, saludando y señalando con la barbilla hacia la firma del cuadro.

−Sí, ese soy yo. La “A” es de Adolf− respondió el pintor− ¿Cuál es tu nombre?

−Me llamo Leoncia. Soy pintora también. Estaba en la habitación de al lado, pintando, hasta que me ha dado por asomarme a esta.

La conversación continuó entre formalidades y derroteros que sólo interesan a los artistas. De hecho, mientras el “yo artístico” de Leoncia hablaba con Hitler, su parte detectivesca se cuestionaba por la naturaleza de esos gritos provenientes de la pintura. Fue amable con el pintor. Cauta también, pues intuía que no debía preguntar por la naturaleza de esos quejidos. Aún así, fingiendo admiración por los colores del cuadro le preguntó en qué tienda podría adquirirlos.

Le respondió que en la tienda de un judío. Enumeró además todos los motivos que imaginó para no comprar en las tiendas de los judíos para rematar diciendo que, pese a todo, estas pinturas merecían la pena. Con un guiño cómplice, de artista a artista, le confesó que tenía un secreto para sentirse cómodo al utilizarlas: “¡las mezclo con sangre de judío!”

Leoncia retrocedió asqueada. El hombre se volvió hacia su caballete para tomar de él un botecito con líquido rojo. Antes de que pudiera enseñárselo a Leoncia, ésta le empujó con rabia, y Adolf Hitler cayó y se golpeó la cabeza. Murió. Como pintor y sin arrasar Europa.

Por su parte, Leoncia, que en nuestra realidad hubiera sido aclamada como una heroína, acabó siendo una fugitiva en la suya. Con las manos manchadas de la sangre del pintor, y con la conciencia tranquila.